Contenedores con tarjeta y experiencia de usuario: una historia de amor y odio
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Contenedores con tarjeta y experiencia de usuario: una historia de amor y odio

Nerea Armendáriz diciembre de 2021 UX

Tuve, hace años, una pequeña fijación con las máquinas de pago de los aparcamientos subterráneos. Con eso y con los ‘interfaces’ de microondas, lavadoras y cajeros automáticos prehistóricos que parece que nunca van a escupir tu dinero…Pero, sobre todo, con los de los aparcamientos. Me quedaba mirando a los usuarios cuando se disponían a pagar: dubitativos, escaneando y escudriñando detenidamente la máquina, intentando hacerse cargo del orden 1… 2… 3… a lo ancho y largo del interfaz, metiendo el ticket obstinadamente en la ranura de la tarjeta de crédito o introduciendo monedas cuando alguien había escrito, a mano en un papel, “No admite monedas, solo tarjetas”.

Imagen creada por Chris Callaghan. @CallaghanDesign

El caso es que he vuelto a pensar en todo aquello a raíz de la instalación de los nuevos contenedores de resto y orgánica en Pamplona y en otros municipios de su comarca. En esto y en aquello de “first time user experience”. Esa primera experiencia al utilizar un interfaz, un producto o servicio que, de salir bien, puede ofrecer al usuario una sensación de alivio, satisfacción, de logro alcanzado. Y que, de ir mal, puede hacer que los usuarios no vuelvan a interactuar con tu producto nunca más. 

Hace unas semanas, toda osada, salí a probar los nuevos contenedores instalados en el barrio. Osada porque iba cargada con bolsas varias: plástico, cartón, botellas, resto, orgánico, un carrito y dos niños. Plis, plas, “en un momento me quito las bolsas”.
Todo bien en los primeros contenedores, hasta que saqué mi tarjeta ante el de la fracción ‘resto’. Swap. La pasé despacio, cerca. Nada. Un poco más despacio. Un-po-co-más-cer-ca. Cerca-lejos, cerca-lejos, lejos-cerca. Izquierda-derecha. Arriba-abajo. Cerca… Más cerca… Más lejos. 

Nada. No aparecía la luz verde. No se abría nada. “Mamá, déjame coger la tarjeta… ¡Déjamecogerlatarjetaaaa!”, se impacientó el niño. La niña empezó a hacer el pino en el carrito. Nada de nada. Un minuto, dos minutos, cinco minutos de “nada”. Swap, swip. Nada. Empecé a sudar dentro del plumas, mirando a mi alrededor, nerviosa, buscando a alguien a quien pedir ayuda. “Yonomevuelvoconestoacasa”.

Del sudor pasé al enfado. La mala leche me salía por los ojos. “¡Pero que yo reciclo todo! ¡Que soy una friki de la orgánica y del compostaje!”, casi quería gritar a los contenedores. ¿Cámara oculta? ¿Contenedores en pruebas? ¿Día de mal karma? En serio, ¿no hay tarjeta VIP?

Llegó entonces una conocida:

—¡Hola!
—Hola, ¿qué tal? Mira, no puedo abrir este $%#* contenedor. 
—A ver yo…

Nada. Más de nada. Su tarjeta, mi tarjeta, su tarjeta, mi tarjeta. Clic, clic. Silencio interfacial. Mirábamos a la pantalla fijamente, quizá con la mente…

Llegó otro chico. Le hicimos pasillo, expectantes. Swap, sacó con agilidad ‘ninja’ el teléfono con su aplicación. Magia, el contenedor abrió. Wow.

Pequeños placeres diarios, como el quinto contenedor abriéndose, son experiencias de usuario satisfactorias.

—¿Podemos?

Y, aprovechando el viaje, tiramos el “resto”.

—¿Me abres la orgánica? Digo, ya que estamos…

Y así, del tirón, me libré de las bolsas.

—Qué lío, no se abren nunca, dijo mi conocida.   
—Vaya, yo antes me apañaba muy bien con las llaves de metal para la orgánica. Tenía varias y se abrían fác…
—¿Orgánica?, arrugó la nariz bajo la mascarilla. Ah, como yo no hago eso de la orgánica…

(¡¡¡¡¿¿¿¿Que no reciclas la orgánica????!!!! (⊙_⊙)  (-‸ ლ) 

—Ah, no haces orgánica, ¿eh?
—Mmmm, no. ¿Eso era lo de los plátanos, las peladuras y eso que luego se convierte en compost?
—Sí. No sé, deberías probar. Una bolsa, a ver. Merece la pena…

Cogí aire para echarle un discurso sobre las bondades de usar el contenedor de la orgánica, la responsabilidad individual… pero me desinflé. La cría ya se había lanzado de cabeza hacia el suelo, un pie enganchado al arnés del cochecito. El crío corría en círculos con mi tarjeta. El frío había vuelto, gélido… Y me marché a casa… a descargarme la app.

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