Los Magos de Oriente me dejaron este año en el zapato un libro fascinante (y carísimo, me debí de portar muy bien) titulado ‘Codex Seraphinianus’. Su autor es el italiano Luigi Serafini. Rizzoli lo publicó por primera vez en 1981, ahora ha Impreso una flamante y lujosa reedición. La obra es fruto de un “estado febril” que duró tres años, según cuenta Serafini en una separata traducida a siete idiomas (italiano, inglés, francés, alemán, español, portugués y ruso). Aunque es el único lugar en el que uno puede entender algo, en realidad el autor no explica tampoco nada en esa separata. Apenas que durante sus clases dibujaba imágenes disparatadas, y que un día pensó que a aquella colección de objetos y criaturas inexistentes —pero con secreta voluntad de existir— les faltaba un texto. No cualquier texto sino uno que representara la edad iletrada infantil, cuando se hojean libros de mayores sin entender una palabra y se fantasea con ellos. “Quién sabe”, añade, “quizá una escritura indescifrable y extraña nos haría libres para revivir aquellas vagas sensaciones infantiles”.
El libro ‘Codex Seraphinianus’ del italiano Luigi Serafini.
Serafini creó así “una escritura que contenía el sueño de tantas otras escrituras”, una caligrafía incomprensible, con sus mayúsculas y minúsculas, su puntuación y sus acentos. El volumen no sólo es un prodigio de imaginación sino, sobre todo, una reflexión muy profunda sobre el lenguaje y sus limitaciones.
Por esos azares de la vida, este mismo año, a las pocas semanas, visitamos la exposición de Bruno Munari en la Fundación Juan March de Madrid. Italiano como Serafini, Munari fue un artista polifacético, acaso uno de los más influyentes del siglo XX, aunque no demasiado conocido. Picasso lo llegó a definir como “un Leonardo de nuestro tiempo”. La obra de este diseñador, investigador visual, publicista y decorador está marcada tanto por su afán pedagógico como por una voluntad inquebrantable de experimentar el límite. En una de las secciones de la muestra el visitante encuentra los llamados ‘libros ilegibles’, sin palabras o compuestos con lenguajes imaginarios. “¿Un libro que no se puede leer sigue siendo un libro?”, se pregunta. La respuesta es sí: sigue siéndolo incluso cuando desaparece lo que se creía que era condición ‘sine qua non’ de su existencia.
Pero el autor aún va más allá. Indaga en el sueño de Serafini (antes que él, por cierto) y presenta sus ‘escrituras ilegibles’ de pueblos desconocidos, un conjunto de obras que se extiende al menos tres décadas (entre 1947 y 1975): puros signos inventados y, por tanto, imposibles de descifrar, aunque no por eso menos coherentes o rigurosos en su estructura interna.
La escritura, los signos, los libros, el lenguaje. Entender. Entendernos… ¡Qué temazo!
Un día, el ser humano ser creyó dios y decidió construir una torre tan alta que alcanzara el cielo. Cuenta el Antiguo Testamento que el verdadero Dios se enfadó y que, para castigar su atrevimiento, creó las lenguas extranjeras y confundió al ser humano, que a partir de ese momento dejó de entenderse con naturalidad y tuvo que recurrir a intérpretes y artilugios de diversa índole.
El episodio de la Torre de Babel es uno de los más reveladores de la Biblia. En su poderosa metáfora, constituye el mejor relato sobre la dificultad que el ser humano ha tenido siempre para comunicarse y entronca con el milagro del lenguaje, nuestra grandísima invención.
La famosa piedra Rosetta, hallada por casualidad al norte de Egipto el 15 de julio de 1799 y clave para que Jean-Francois Champollion descifrara los jeroglíficos egipcios en 1822, es uno de esos artilugios a los que hemos tenido que echar mano como (débil) antídoto a Babel. Hoy, es la pieza más visitada del Museo Británico, donde se exhibe. ¿Cuál puede ser la razón del magnetismo que provoca un bloque de granito de 760 kilos de peso del año 196 antes de Cristo? No hay otra que haber servido de descodificador, diccionario o puente entre culturas. En el fondo, seguimos con Babel entre ceja y ceja…
Tanto es así que, dos mil años más tarde, las sondas especiales Voyager —lanzadas al espacio en 1977— incorporaron dos discos fonográficos bañados en oro, de unos 30 centímetros de diámetro, con el bienintencionado pero ingenuo objetivo de establecer contacto con seres de otras galaxias. Los discos se titulan ‘The Sounds of Earth’. Contienen sonidos e imágenes que muestran la diversidad de la vida y de la cultura en nuestro planeta. Su contenido fue seleccionado por la NASA según las directrices de un comité científico que presidió Carl Sagan. La segunda sección del audio recoge saludos en 56 idiomas, incluidos dialectos chinos, idiomas del sur de Asia y lenguas antiguas (sumerio, acadio, latín…) y de nuevo cuño, como el esperanto. En 2022, otros científicos de la NASA han vuelto a escribir un mensaje mucho más sofisticado y completo que el de las Voyager: el mensaje BITG es un mapa de bits que utiliza el código binario para crear una imagen pixelada. Incluye una introducción básica a las matemáticas, la composición química de los humanos, un mapa de la Tierra, nuestra ubicación en la Vía Láctea… Y yo me pregunto: ¿de verdad pensamos que estos discos de oro de las Voyager o el nuevo mensaje BITG servirían de algo en el improbable caso de que crucen su camino con alguna civilización extraterrestre inteligente? ¿Qué el lenguaje binario es universal, asequible a todo tipo de inteligencias?
Nuestro estudio ha estado inmerso en los últimos meses en diversos proyectos relacionados con este afán humano decodificador. En concreto, en la concepción y diseño de unas láminas visuales que, traducidas, permitieran a la población inmigrante entender las consignas lanzadas por el departamento de Salud del Gobierno de Navarra en referencia a la vacunación anticovid y a la lucha contra el tabaco. También este año, la empresa de comunicación Prodigioso Volcán ha publicado unas guías visuales para facilitar la comunicación con los inmigrantes llegados de Ucrania.
Láminas visuales que, traducidas, permitieran a la población inmigrante entender las consignas lanzadas por el departamento de Salud del Gobierno de Navarra. A continuación, las guías visuales para facilitar la comunicación con los inmigrantes llegados de Ucrania hechas por Prodigioso Volcán.
Estas guías se asemejan a los desplegables visuales sin palabras que muchas editoriales distribuyen a modo de traductores universales, y estos a los que desde hace décadas emplea el ejército estadounidense para que sus soldados puedan establecer más fácil contacto con las poblaciones autóctonas de los lugares remotos a donde son destinados. Algo, que, a su vez, es similar a lo que se empleaba en la isla de Ellis, en Nueva York, en el siglo XIX y primer tercio del XX. Entonces, las oleadas migratorias hacia Estados Unidos obligaron a las autoridades a desarrollar estrategias que facilitaran la comunicación de los recién llegados. No bastaba con intérpretes. Se crearon, por ejemplo, puzzles y otros juegos visuales para detectar problemas de vista o enfermedad mental.
En fin, Typotheque es una estupenda fundición tipográfica fundada y dirigida por Peter Bil’ak en La Haya desde 1999. Recientemente, ha culminado un ambicioso proyecto con el lanzamiento de la familia October Syllabics, que aspira a sistematizar y revitalizar las lenguas de las comunidades indígenas canadienses. En el fondo, B’ilak vuelve a perseguir otra ‘rosetta’ antibabel: encontrar puentes entre lenguas remotas y las occidentales.
Anoche, después de hacer deporte y ducharme, no pude evitar escuchar una conversación de vestuario. No se hablaba de la Torre de Babel, pero sí de la Biblia. Decía alguien: “La Biblia, en el fondo, va sobre el silencio”. Sonreí. Me pregunto si para entendernos no harán falta menos intérpretes y artilugios y sí más ganas auténticas y mucho silencio. Apuesto a que, en silencio, podría incluso descifrar el ‘Codex Seraphinianus’.